viernes, 28 de agosto de 2009

Bea y la cocina entre amigos

No hay nada más divertido que invitar a cenar a tus amigos y que, encima, todos participen y se embadurnen bien. Luego todo sabe más rico, ¡ja, ja!. Eso fue lo que pasó el otro día, que vinieron unos amigos a cenar y decidimos liarnos la manta a la cabeza y probar a hacer (por primera vez, lo que tiene más mérito todavía) RISOTTO DE SETAS.

La cosa estaba fácil, porque mi amiga Carlota tenía la receta de una amiga suya que había vivido en Italia y estaba requetebién explicada, por eso no hubo sustos y quedó RI-QUÍ-SI-MO. A ver si al final le voy a perder el “miedo” al arroz y me voy a aficionar.

Además, contamos con la inestimable ayuda de Ana, como chef del sarao (ella sí que tiene tablas en esto de la cocina), de Vero y Elisa, que completaron la cena con una ensalada de para chuparse los dedos, y del chico de la casa, Dani, que ayudó como el que más, como debe ser.

Os dejo la receta tal cual la escribió la amiga de mi amiga, para que no haya confusiones:


INGREDIENTES (para dos personas)

2 chalotas

1 bote de setas secas (de 15-20 gramos)

180 gramos de arroz, variedad Arborio o Carnaroli

Media de vino blanco seco

Queso parmesano (al gusto)

Aceite de oliva

Mantequilla

2 cucharadas de nata (opcional)

Sal

Pimienta


PREPARACIÓN

Poner en 750 mililitros de agua hirviendo las setas secas para que se hidraten. Bastará con tres horas.

Cuando se vaya a cocinar el risotto, colar las setas, reservando el agua, porque será la que se use de caldo para el arroz.

En una sartén honda poner a pochar las dos chalotas, bien picaditas, con una pizca de mantequilla y aceite.

Cuando estén un poco doradas, añadir las setas y sofreír.

Añadir el arroz directamente del paquete y seguir sofriendo, con el fuego medio-alto.

Echar el vino blanco y dejar que se evapore.

Salpimentar.

Ahora, se va añadiendo, poco a poco, el agua de las setas, removiendo el arroz continuamente. Vamos echando una vez que el arroz haya absorbido el agua. Es importante que este caldo se eche hirviendo al arroz, para que no se corte la cocción del risotto.

Hay que ir probando el punto de sal y el arroz para ver si está ya cocido.

Una vez que esté listo (no hará falta todo el agua del caldo), se retira del fuego y se añade queso parmesano rallado (mejor si se ralla en el momento). Si se quiere, se añaden también dos cucharadas de nata. Aquí se puede apreciar la rapidez den Ana para rallar queso...

Mezclar bien el arroz y ya está listo para servir y disfrutar de este maravilloso plato. Aquí se puede apreciar la hábil mano de Carlota para mezclar todo bien...

OBSERVACIONES PARA PRINCIPIANTES COMO YO


Os lo aseguro, es muy fácil y está bien rico. Si nos quedó bien a la primera, sin tener experiencia, es que lo puede hacer cualquiera, seguro (sin menospreciar a mis pinches, ¿eh?).

Eso sí, es un plato contundente. Acompañado con una ensalada, ya tenéis la comida/cena resuelta.


El arroz que hay que comprar es el Arborio o Carnaroli. Yo nunca había oído hablar de él, pero debe de ser el que se utiliza en Italia para los risottos. No sé cómo quedará con otro tipo de arroz, pero ya os digo que es fácil de encontrar en supermercados como Eroski, Carrefour o El Corte Inglés.


Es mejor que uséis para cocinar una sartén honda, porque como se va a añadir el arroz y el caldo, así tenéis sitio de sobra y sin peligro de que nos os quepa.

Es aconsejable colar el agua de las setas, porque a veces estas tienen restos de tierra. Nosotros no pudimos porque no teníamos un colador de tela, pero tuvimos cuidado de coger el agua con un cazo de la parte de arriba, sin llegar al fondo, por si acaso había “restos”.


Este es un risotto con setas, pero es un plato que se puede preparar con otros ingredientes, como verduras o carne. Cuando prueba más alternativas, os iré contando.


Siento que las fotos no sean muy buenas, pero imaginaos el “caos” en la cocina con tanta gente y encima yo con el objetivo metido en todo el barullo. La mayoría salieron movidas, muy iluminadas…estas son las que he podido salvar.

Pero, para terminar, una foto de los que participaron y disfrutaron de la cena. De izquierda a derecha: Dani, Vero, Ana, Carlota y Elisa.

¡Muchas gracias a todos!



viernes, 21 de agosto de 2009

Bea y la vecina Portugal

Después de haber estado seis días descubriendo Lisboa y Aveiro, un pueblecito pesquero al norte de Portugal, no me explico cómo he podido tardar tanto en cruzar la frontera del país vecino, más aún viviendo tan cerca de ella.

En fin, que más vale tarde que nunca y que estoy encantada con mis vacaciones de este año, todo un descubrimiento este Portugal, aunque nos “maltrató” un poco con sofocante calor de Lisboa, ni siquiera refrescaba por la noche, así que fue la excusa perfecta para una de mis aficiones, probar todo líquido “extraño” en país extranjero, ¡je, je!

Las cuestas de Lisboa y el sofocante calor nos hicieron entrar más de una vez en los bares de la capital para descansar y refrescarnos.

Fue en el barrio de Chiado donde descubrimos las botellas de Coca-Cola de 33 cl (como los botes de aquí) en un bar muy chulo, llamado Espaco Fabulas

Vale la pena visitarlo, nosotros lo encontramos de casualidad y es muy curioso, amplio, con terraza y con detalles encantadores, como mesas que son las que se usaban para las máquinas de costura.

Vale, lo sé, la Coca-Cola no es una bebida “diferente”, pero nos vino de perlas en aquella tarde. Como la cerveza Sagres (marca portuguesa) que me tomé en el paseo marítimo de la zona donde se celebró la Expo 98 en Lisboa.

Esta es con lima, parecida a la Shandy española, pero con más sabor a cerveza. Muuuuy refrescante.

Aunque, sin duda, lo más raro que tomé en Lisboa fue este agua con gas y sabor a grosellas que probé en la zona del Castillo. La botella me pareció tan bonita que la tengo en casa

A mí me encantó, pero los que también la probaron dijeron que sabía a jarabe con gas, ¡ja,ja!


Los batidos y zumos también fueron otra manera de refrescarnos en Lisboa. Aquí, dando buena cuenta de unos batidos de piña y maracuya, ¡hum!Pero, sin duda, el rey de las vacaciones fue el mojito. Creo que no hubo noche en la que no tomáramos al menos uno. Si vais a Lisboa, no dejéis de pedirlo en la tasca Canarios Amarelos, en la Rua Norte 55/57 (barrio de Chiado). La calle está muy animada de noche y, aunque el bar es el típico de barrio, nada del otro mundo, quiero decir, hacen los mejores mojitos que he probado nunca. Dulces y nada fuertes, muy refrescantes y con el toque de hierbabuena justo.

También probé la caipirinha de fresa (en la foto) en un bar de Aveiro, y me encantó, como no podía ser de otra manera llevando la fruta que lleva.


De la bebida a la comida, que es todo un arte en Portugal. Creo que en pocos sitios se come tan bien y tan barato. Estuvimos en un sitio recomendado en Lisboa por unos amigos, Casa do Alentejo.

Merece la pena ir, aunque sea sólo entrar a ver, porque es muy curioso. Te encuentras con un portal cualquiera que da a un patio interior tipo árabe y luego tienes que saber dónde está el restaurante, un poco escondido, a mano derecha del patio, subiendo unas escaleras. Allí te encontrarás sillones para descansar tras el almuerzo y un par de comedores. Es una casa de comidas que sirve platos típicos portugueses.
Nosotros pedimos:

Migas con costilla de cerdo
Ternera con tarta de patatas

Y, como no, bacalao, que es pecado ir a Portugal y no pedirlo.

En Aveiro volvimos a repetir experiencia, con este plato de bacalao con nata delicioso.

Aunque el arroz con pato no estaba nada mal

Eso sí, la estrella fue la francesinha, que me atreví a pedirla yo.

Se trata de un plato típico del norte de Portugal y no es más que un sándwich, pero, como se puede observar, muy especial. En su interior lleva un filete de ternera, salchichas, bacon… y todo ello entre pan de molde y recubierto con muuuuucho queso. Para remate, flotando en una salsa de cerveza que está deliciosa. Y, por si te sabe a poco, lo acompañan con un plato de patatas fritas.


Y sí, la bebida fresquita, la comida espectacular, pero, si por algo se distingue Portugal, y pudimos comprobarlo, es por sus dulces.






Ya os imagináis que se hacía la boca agua entre tanta pastelería, pero nosotros íbamos con un objetivo fijo: los famosísimos pasteles de Belem.

Y fuimos a probarlos en la archiconocida pastelería que los elabora desde 1837, en la Rua de Belem.
Menuda cola había en la pastelería, pero mereció la pena, os lo aseguro.


Como os podréis imaginar, no podía volver de Portugal con las manos vacías e hice algunas compras, eso sí, asesorada maravillosamente por Alegna, del blog La casita verde, que me recomendó algunas delicias de su tierra.

El supermercado Pingo doce fue el lugar que, literalmente, ataqué el último día de mis vacaciones. Menos mal que habíamos ido en coche y no había que facturar equipaje…


Vino verde, quesos de la tierra, café, licor de guindas, patés de sardina y atún…


Y, por supuesto, cositas dulces, como leche con sabor a fresa, preparado para puding de chocolate o unos curiosos cereales que aquí no venden.


La sorpresa del supermercado fue encontrarme allí lo que llevo tanto tiempo sin encontrar en España: tomates secos. Era el destino, así que tuve que hacerme con ellos.


En resumen, que vine con el estómago lleno, las pilas cargadas tras las vacaciones, un montón de recuerdos y la idea de volver muy pronto a seguir descubriendo Portugal.


Os prometo que la próxima entrada será una receta, que tengo un montón esperando en el archivo. Y alguna de ellas, ya os lo adelanto, portuguesa.